No sabía cómo empezar a escribir y me pareció bien explicar la historia del dibujo de mi perfil. Está dibujado por mi amigo Omar (Matta) Carvajal, lo diseñó para este cuento-historia de una parte de mi infancia, espero que les guste.
Era un día aburrido, no recuerdo bien por qué estaba acostado a las cuatro de la tarde, tal vez me había mojado la ropa o quizás estaba enfermo. El punto es que me encontraba vestido con una bata de dormir de mi mamá y solo con calzoncillos. Ese día nos estaba cuidando una amiga de mi madre, que al llegar la hora de la siesta sucumbió ante su cansancio y se quedó dormida.
Al ver que nadie nos controlaba decidimos salir a ver qué aventuras nos estaban esperando en el patio.
Primero salió el César (mi hermano mayor) y, naturalmente, yo lo seguí. Se le ocurrió la genial idea de caminar sobre la pandereta que daba a la calle. Era una pandereta delgada y no había dónde afirmarse, además se sumaba que en el lado por donde nos subíamos era una reja de madera que colindaba con la casa del vecino y en esa casa había un perro bravo que se llamaba Nerón.
El Nerón era un doberman adulto que cada vez que nos acercábamos a la reja venía corriendo y nos ladraba rabiosamente. Y esta oportunidad no sería la excepción. Así que teníamos que esperar a que el perro se fuera y subirnos silenciosamente.
Yo no estaba muy convencido de que ese fuera un juego muy conveniente y le decía al César que mejor no nos subiéramos, pero él insistía y con total intrepidez puso el pié en la reja de madera y se subió a la pandereta.
Yo, que no quería quedarme abajo me decidí con muchas dudas a subir, y en el camino pensé en bajarme, pero justo venía el Nerón corriendo y tuve que subir rápidamente.
Bueno, ya no podía devolverme, solo me quedaba avanzar, avanzar y avanzar.
Tenía un extraño presentimiento, pero mi destino era seguir adelante sin importar el miedo que sentía, de pronto comencé a caminar lentamente y con cada paso que daba sentía que entraba más y más a un lugar del que no podría salir.
Cuando estaba en medio del camino sentí que la fatalidad se apoderaba de mí y finalmente caí de la pandereta hacia la calle. No hubo si quiera un intento de sostenerme, de agarrarme como fuera del delgado muro, solo acepté mi destino como un karma, fue la coronación de lo inevitable.
Caí de espalda a un lado de la vereda, la tierra se levantó ensuciándome la cara y junto con la caída se me abrió la bata quedando expuesto en plena calle. Pero lo que más me dolía era la vergüenza de estar sin ropa en la calle a plena luz del día y de ser auxiliado por una pareja joven que pasaba por ahí.
De lo demás, no me acuerdo.
Quelo.